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miércoles, 14 de enero de 2015

El abuso infantil. ¿En que consiste el daño que se le hace a un niño?


"El autor y analista jungiano Joel Covitz en su libro Emotional clild abuse califica de “maldición familiar” a este fenómeno intergeneracional  que termina por convertir al niño interior maltratado en el causante del próximo abuso en su propia descendencia. Según Covitz, cuando observamos al autor adulto del abuso casi siempre nos encontramos con la misma raíz: Una persona cuyas necesidades narcisistas sanas no fueron satisfechas durante la infancia… y cuando el niño crece, el efecto devastador de este trastorno cae sobre sus propios  hijos.  Hasta que los padres no comprendan mejor el efecto que sus actos tienen sobre sus hijos, las pautas del comportamiento abusivo no serán modificadas” (1)

¿Que mecanismos están en la base de esta “maldición familiar” de la que habla Covitz?

Ferenczi, (2)  en uno de sus últimos libros, la confusión de lenguas entre el adulto y el niño analiza  los mecanismos que se ponen en marcha cuando un adulto abusa sexualmente de un niño. Hay –dice- una confusión de lenguas, el lenguaje de la pasión y el lenguaje de la ternura.  Ambos de naturaleza sexual. Los niños necesitan el lenguaje de la ternura y el adulto abusador utiliza el lenguaje de la pasión. Este lenguaje es el lenguaje sexual adulto: la sexualidad  tiene un componente agresivo y componente de ternura,  la sexualidad adulta se compone de los dos, en distintas grados:  la pasión es la excitación sexual que tiene como fin dominar al objeto para hacerlo suyo, con un componente a veces alto de agresividad.

La ternura consiste en los instintos sexuales inhibidos en su fin y sublimados; se dan en toda sexualidad madura en mayor o menor grado y nace de, tras el complejo de Edipo, cuando el niño o la niña renuncian a la pasión, al objeto sexual pre-edipico, el progenitor del otro sexo, y solo le dirige los afectos tiernos y el cariño, desligados de un fin sexual, como hacen los progenitores. El niño pues entiende el lenguaje de la ternura: la que él tiene con sus padres y la que los padres le profesan. El lenguaje de la pasión está reprimido, es mas le asusta, no lo entiende.

Pero he aquí que un adulto se dirige a  como objeto sexual maduro, adulto, con los requerimientos de la pasión. El niño se asusta. No es eso lo que el quiere, ni por supuesto lo que necesita. Pero el adulto insiste, a veces con una dosis de agresión fuerte y lo domina y lo fuerza. Esta relación  constituye un trauma para el niño: se siente atacado, sin fuerzas para reaccionar y compensar de alguna manera el trauma y el ataque. Entre los psiquismos de agresor y agredido hay un trueque: el niño se dice: Ya que no puedo sobrevivir ahora voy a ser como él y se produce una identificación con el agresor. El agresor, junto con la agresión se desprende de su sentimiento de culpa, por el acto realizado e inocula este sentimiento de culpa, para desprenderse de él, dentro del psiquismo del agredido, que se queda con la agresión y con el sentimiento de culpa.  El niño pues, queda más avergonzado que el adulto después de lo sucedido.

Es más, si logra contarlo a los adultos, estos le quitan importancia, se defienden entre ellos, a veces es un conocido amigo de la familia, es lo que se llama: desmentida, re-negación. El niño para colmo, tiene que hacer lo que dicen los adultos: no ha sido como yo lo he vivido, debe ser de otra manera, esto hay que olvidarlo: se dá una represión o lo que es peor, una escisión del Yo: la parte de su Yo, herida, amenazada, se separa bruscamente, se rompe, y la parte rota queda sepultada, olvidada, y el Yo que le queda, se queda roto, herido y  empobrecido.  Todos los sentimientos tiernos, la confianza, el cariño que le puedan suministrar los adultos quedan sepultados con su Yo herido. Ya nunca podrá confiar en nadie, ni querer a nadie, solo miedos, rencores y sentimientos de culpa, que no son suyos, que son de otro.

Cuando sea mayor, sin saber cómo ni de qué manera, el Yo herido sale y realiza activamente lo que padeció pasivamente cuando era pequeño y posiblemente una y otra vez, en un intento, siempre fallido de sanar de la herida que le infligieron

1  (1) El niño interior. Pag. 23. Edición a cargo de Jeremias Abrams. Kairos, Barcelona. 1993


    (2) Ferenczi. Confusión de lenguas entre el adulto y el niño. Obras completas. Tomo IV. 

Pedro Jiménez Planas. Psicólogo, Psicoanalista.

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