"El autor y analista jungiano
Joel Covitz en su libro Emotional clild abuse califica de “maldición familiar”
a este fenómeno intergeneracional que
termina por convertir al niño interior maltratado en el causante del próximo
abuso en su propia descendencia. Según Covitz, cuando observamos al autor
adulto del abuso casi siempre nos encontramos con la misma raíz: Una persona
cuyas necesidades narcisistas sanas no fueron satisfechas durante la infancia…
y cuando el niño crece, el efecto devastador de este trastorno cae sobre sus
propios hijos. Hasta que los padres no comprendan mejor el
efecto que sus actos tienen sobre sus hijos, las pautas del comportamiento
abusivo no serán modificadas” (1)
¿Que mecanismos están en la base
de esta “maldición familiar” de la que habla Covitz?
Ferenczi, (2) en uno de sus últimos libros, la confusión de
lenguas entre el adulto y el niño analiza
los mecanismos que se ponen en marcha cuando un adulto abusa sexualmente
de un niño. Hay –dice- una confusión de lenguas, el lenguaje de la pasión y el
lenguaje de la ternura. Ambos de
naturaleza sexual. Los niños necesitan el lenguaje de la ternura y el adulto
abusador utiliza el lenguaje de la pasión. Este lenguaje es el lenguaje sexual
adulto: la sexualidad tiene un
componente agresivo y componente de ternura,
la sexualidad adulta se compone de los dos, en distintas grados: la pasión es la excitación sexual que tiene
como fin dominar al objeto para hacerlo suyo, con un componente a veces alto de
agresividad.
La ternura consiste en los instintos sexuales inhibidos en su fin
y sublimados; se dan en toda sexualidad madura en mayor o menor grado y nace
de, tras el complejo de Edipo, cuando el niño o la niña renuncian a la pasión,
al objeto sexual pre-edipico, el progenitor del otro sexo, y solo le dirige los
afectos tiernos y el cariño, desligados de un fin sexual, como hacen los
progenitores. El niño pues entiende el lenguaje de la ternura: la que él tiene
con sus padres y la que los padres le profesan. El lenguaje de la pasión está
reprimido, es mas le asusta, no lo entiende.
Pero he aquí que un adulto se
dirige a como objeto sexual maduro,
adulto, con los requerimientos de la pasión. El niño se asusta. No es eso lo
que el quiere, ni por supuesto lo que necesita. Pero el adulto insiste, a veces
con una dosis de agresión fuerte y lo domina y lo fuerza. Esta relación constituye un trauma para el niño: se siente
atacado, sin fuerzas para reaccionar y compensar de alguna manera el trauma y
el ataque. Entre los psiquismos de agresor y agredido hay un trueque: el niño
se dice: Ya que no puedo sobrevivir ahora voy a ser como él y se produce una
identificación con el agresor. El agresor, junto con la agresión se desprende
de su sentimiento de culpa, por el acto realizado e inocula este sentimiento de
culpa, para desprenderse de él, dentro del psiquismo del agredido, que se queda
con la agresión y con el sentimiento de culpa.
El niño pues, queda más avergonzado que el adulto después de lo
sucedido.
Es más, si logra contarlo a los adultos, estos le quitan importancia,
se defienden entre ellos, a veces es un conocido amigo de la familia, es lo que
se llama: desmentida, re-negación. El niño para colmo, tiene que hacer lo que
dicen los adultos: no ha sido como yo lo he vivido, debe ser de otra manera,
esto hay que olvidarlo: se dá una represión o lo que es peor, una escisión del
Yo: la parte de su Yo, herida, amenazada, se separa bruscamente, se rompe, y la
parte rota queda sepultada, olvidada, y el Yo que le queda, se queda roto,
herido y empobrecido. Todos los sentimientos tiernos, la confianza,
el cariño que le puedan suministrar los adultos quedan sepultados con su Yo
herido. Ya nunca podrá confiar en nadie, ni querer a nadie, solo miedos,
rencores y sentimientos de culpa, que no son suyos, que son de otro.
Cuando sea mayor, sin saber cómo ni de qué
manera, el Yo herido sale y realiza activamente lo que padeció pasivamente
cuando era pequeño y posiblemente una y otra vez, en un intento, siempre
fallido de sanar de la herida que le infligieron
1 (1) El niño interior. Pag. 23. Edición a cargo de
Jeremias Abrams. Kairos, Barcelona. 1993
(2) Ferenczi. Confusión de lenguas entre el adulto y el niño. Obras completas. Tomo
IV.
Pedro Jiménez Planas. Psicólogo, Psicoanalista.
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