Hace un tiempo, tuve un chico de 13 años en consulta porque sus padres querían que trabajáramos su autoestima, ya que había chicos de su clase que se metían con él y lo marginaban debido a que este niño tenía un carácter serio.
Al preguntar a los profesores por esta situación, éstos se mostraban tranquilos, eran conscientes de que existía un trato "regular" de un grupo de niños a unos cuantos alumnos, pero explicaban que era más como lo sentía mi paciente que lo que era en realidad.
Otros compañeros en esta situación habían optado por cambiarse de colegio, pero este niño no quería, ya que decía que él no había hecho nada malo para tener que irse. Tras la oportuna valoración, me dí cuenta que este chico estaba sufriendo muchísimo con esta situación.
Yo no sé el grado de acoso que estaba recibiendo, pero sí que lo mucho o lo poco que fuera, para él era suficiente como para pasarlo muy mal.
Si miramos objetivamente, había otros compañeros que se habían ido, por lo que no creo que fuera algo pasajero y con poca intensidad.
Con todo esto quiero decir que muchas veces aceptamos muy ligeramente los comportamientos de los niños porque no nos están afectando directamente y no somos capaces de darnos cuenta hasta qué punto una actitud o unas palabras pueden dañar a otra persona.
Se trata simplemente de sentir empatía, ponerse en el lugar del otro y "querer ver" que se pueden mejorar determinadas situaciones y no cerrar los ojos para "no ver".
No hace falta que sea maltrato físico ni incluso, maltrato psicológico evidente, es cómo está viviendo esa situación esa persona en concreto, y creédme, este niño, aún siendo tímido, educado, serio e inteligente, no sabía cómo gestionar sus emociones ante esta situación tan desagradable y no estaba siendo comprendido por los adultos que lo rodeaban.
Sonia Esquinas Jurado. Psicóloga.